Madurez

Empiezo a hacerme mayor y a gustar de lo simple. Me da pereza pensar en boludeces, explicar lo inexplicable y defender lo indefendible. No quiero cambiar el mundo de un solo golpe porque ahora siento que una partícula de colaboración es ya un logro. Me cansa el análisis absurdo y le huyo a la complicación extrema. Ahora y aquí, estoy más seguro que nunca de que cada situación es multicausal, dinámica, temporal y relativa.

Siempre hubo en mí un deseo persistente de aplastar a los inútiles, a los estridentes y a los necios. Pero, ahora, cuando veo la madurez cruzando la esquina, la idea de aplastarlos se transforma en leve malestar que intenta ser un regaño para los díscolos, pero termina convertido en un consejo paternal, una palmadita en la espalda y una sonrisa condescendiente. El valor para ofender se muda a las toldas de la tolerancia y, en su lugar, sólo queda el sonido ahogado de un suspiro.

En el amor he tenido mis más y mis menos, muchos menos más que muchos, pero muchos más menos que pocos. No obstante, menos por menos da más y menos por más da menos. Concedo entonces que en que en el amor he tenido más o menos más y menos más que algunos... es simple.

La noche se ha hecho más pesada en el atardecer de mi vida.  Las calles se van haciendo cada vez más largas en las madrugadas y la humedad afecta de mala manera a mis huesos de pan.  Mis ojos comienzan a llorar sin motivo a las seis de la mañana y  me proporcionan un mililitro de lágrimas artificiales para mis problemas más superfluos.

Es duro dejar de ser joven, pero es más duro todavía no llegar a ser un viejo. Estar suspendido como un puente colgante entre la adultez y la vejez.  Como cuando la barba se tiñe de gris, pero la cabeza se empecina en la negrura. Como cuando los latidos de corazón son juveniles pero un tigre enjaulado en mis vertebras desgarra mi espalda.