Textos Breves

El Preso, La Prisa y La Prosa

Se llama “Niño”. Su casa dorada se levanta a un metro del suelo. Canta de alegría en las mañanas y de tristeza en las tardes. Languidece en soledad hace un par de años. Es blanco y hermoso. Dos hilos grises lo recorren desde el hombro hasta la punta de sus alas. Igual que yo, es un prisionero. Si la libertad no significara su muerte ya lo habría liberado.

Hoy salí al patio para saludarlo. Inmóvil frente a él, lo observaba con una mezcla de pesar y alegría. Quizás por mi quietud, el otro personaje de esta historia no percibió mi presencia. “Niño” se agitaba inquieto. Afiló su pico contra el travesaño y de tres saltitos recorrió su celda.


De pronto, un soplo de libertad verde iridiscente que agitaba sus alas con velocidad se detuvo junto a nosotros. Minúsculo y burlón miró hacia la jaula con aire de conmiseración. Detrás de los barrotes, “Niño” leyó los caminos del colibrí en sus ojitos de botón y su alma de canario sonrió. El néctar resbalaba por el pico del recién llegado...

 

En ese momento, el pajarillo me descubrió. Le hizo una venia a su amigo y se alejó con rapidez dejando un zumbido verde en el recuerdo. Por largo rato, los ojos del canario siguieron clavados en el firmamento. Luego, me miró.

 

Sentí una profunda tristeza por él y por mí. Era tarde. Apenas tuve tiempo de ponerme mi traje a rayas blancas y negras y de ajustarme con firmeza los grilletes a los tobillos. Agarré mi maletín, me tomé una taza de café y salí a trabajar con la misma prisa petulante del colibrí.

CARLOS EDUARDO VÁSQUEZ

Un Libro Sobre Mí Mismo

Estaba buscando un viejo ejemplar en mi biblioteca. Nada especial. Solo quería un libro entretenido para releer. Digo releer por que al precio que están los libros nuevos uno tiene que volverse reciclador de antiguas lecturas.

De pronto, mi mirada se detuvo frente a un ejemplar de un planificador para una autobiografía. Recuerdo que el libro lo traje en algún viaje a los Estados Unidos en una época en que quería empezar a escribir mis memorias. El texto se quedó en blanco por que nunca pude ser tan sincero como para volcar mis vivencias y pensamientos en él. Quizás estaba muy joven todavía y me importaba lo que el mundo pudiera decir de mí.

Una de las preguntas iniciales del libro hacía referencia a mi primer recuerdo en la vida. Decidí desarrollar el ejercicio, cerré mis párpados y retrocedí mentalmente en el tiempo:

Tengo alrededor de dos años y me veo de pie sobre una silla del comedor mirando hacia abajo, hacia el vidrio. La mesa está junto a un patio interior y el brillo de las nubes se refleja sobre la superficie. Me veo arrobado frente a la magia de la duplicación. Miro arriba y veo la luz de un día de verano, bajo mis ojos y observo una réplica del cielo. Es una deliciosa sensación de vértigo. Siento que el azul intenso me quiere devorar. Quiero dejarme caer sobre el reflejo y vivir la ilusión de nadar en un lago de nubes junto a un sol de hielo…

El hechizo se rompió al conjuro de la voz de mi madre quien  me gritaba alarmada desde la cocina cuando me vio acostado sobre el óvalo de vidrio de la mesa del comedor… Fin del recuerdo.

Comentario:

Como puede uno criticar la inconsciencia de los niños cuando arriesgan su vida por explorar algo nuevo. Quizás la raíz de la imaginación termina muriendo en los adultos al término de la adolescencia y solo la poesía permite recuperar los trozos inconexos de la niñez.