LA MANO

 

Mención de Honor, Concurso Internacional de Cuentos Breves,

“CASA TOMADA”. 

Cuba (2003)

 

 

Por Carlos Eduardo Vásquez

 

La mano me acaricia.  Sube y baja por mi cabeza como rasgando una guitarra.  Alisa mis cabellos largos como lágrimas oscuras.  Unas veces con el dorso, otras con la palma abierta.  Se detiene en el contorno de mis orejas, el cosquilleo invariablemente termina entre mis piernas.  La mano palpa mi cuello, pesa mi pelo y se aleja embustera.  Permanezco sentada viendo en la ventana la mañana fría.  Trato de agarrar la mano, pero se suelta ofendida.  La acera está llena de niñas de colegio con uniformes planchados con pulcritud por otras manos.  Hoy no voy a clase, la mano me detiene con firmeza.  Gimo... ¿Miedo? ¿Placer? ¿Dolor?  No sé.  No recuerdo cuando empezó la caricia.  Llevo puesto un uniforme que jamás planchó la mano por estar ocupada acariciando mi cuello de niña grande.  Los pelos de la nuca se erizan con voluntad propia.  Tiemblo de frío y de inocencia.  La mano baja por el escote de mi blusa, cierro los ojos para no ver los pequeños limones despertarse con el roce de sus dedos.  Hay silbidos en la calle... Grito, grito con todas mis fuerzas, grito hasta quedar sin aire en el cuarto azul donde la mano me acaricia.  Los botones se abren y mi blusa blanca cae junto a la pata de la silla.  Una corriente silba bajo mis brazos desnudos, gira un par de veces sobre cada pezón y se aleja por la rendija de la puerta.  La mano dibuja signos en mi espalda.  Aprieta mis rizos con paciencia.  Un vacío helado se apodera de mi vientre y baja cantando por mis muslos.  Sudo a pesar del frío.  La mano levanta mi falda escocesa y jala mis calzoncitos, los desliza sobre mis rodillas y terminan en mis pies.  Mi entrepierna húmeda atrae su atención.  Husmea mi sexo con sus dedos.  Hala los vellos de mi pubis y la presión me congestiona los sentidos.  Me abandono a la caricia de la mano hasta estallar por dentro... implosiono.  La mano seca mi sudor y al retirar la humedad de mis labios siento el aroma marino de mi sexo.  La mano se pierde en la oscuridad de mi cuarto, escapa dejándome desnuda y desvalida frente a la ventana.  Día tras día, lo mismo; paso horas en este banco a la espera de la mano.  La tensión me agota.  Mañana le pediré que acaricie mis cabellos como siempre y que perfile mis oídos con sus dedos, pero que cuando llegue a mi cuello de niña grande, lo quiebre sin remordimientos como una rama seca, a ver, si así, despierto de una vez por todas de este maldito sueño...