Siempre que te recuerdo, mi amor,
una mañana de lluvia acude a mis ojos,
los linderos de la bruma opacan la risa
y melancólico asumo un aire de mártir
mientras mi cara sin cuchilla se llena de rastrojo.
Ese día no faltan quienes me tratan de loco,
como siempre, extravían la ruta de mi raciocinio…
Pobres caminantes grises,
qué podrían saber de alfileres clavados
en la punta izquierda del pecho,
o de las maromas para vivir
a las que se obligan las almas enamoradas.
El remate de la ausencia da su coletazo a las doce,
los vestidos caen a los pies
y una rosa en punta dibuja signos
sobre la geografía de fuego de esa noche
que volviste del sueño
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